En una demostración más de su capacidad de seducción y de generar adhesión a través de un proyecto nacional moderno, cívico y acogedor, el estado ha activado la estrategia del pánico para intentar retener Cataluña. Lo hace jugando con dos miedos universales, que compartimos todos los seres humanos: el miedo físico (policía y guardia civil) y el miedo del empobrecimiento (fuga de empresas). La batalla es, más que nunca, psicológica. A través del miedo, se pretende hacer tambalear el movimiento social más importante de Europa y sus dirigentes, introducir la división y, finalmente, paralizarlo.
Usted está a favor de la independencia y ha tenido miedo en algún momento desde domingo? Yo también. Tuve miedo ante mi colegio electoral mientras nos llegaban las imágenes del que pasaba en otros lugares. Tuve miedo las dos veces que (falsa alarma) nos dijeron que la policía llegaba y rompimos las colas para ponernos todos muy juntos ante la puerta del Casal. Esta semana, como muchos de ustedes, he sentido bien adentro mío el vértigo del salto al vacío de la declaración de independencia. Y también se me hizo un nudo al estómago cuando empecé a leer las noticias de los cambios de sede social de los bancos.
Puedo explicar cómo he vencido el miedo: observando la realidad. La realidad dice que ni los servicios de información de la policía y la guardia civil, ni el CNI, fueron capaces de encontrar y requisar una suela de las urnas que mis conciudadanos tenían escondidas en casa. La realidad dice que las papeletas llegaron a todas las escuelas. La realidad dice que mi Gobierno preparó y ejecutar la jugada del censo universal sin que el estado, con todas sus boy escouts telefónicas y sus satélites y su *ciberespionatge, ni siquiera lo husmeara. La realidad dice que, a sabiendas de perfectamente que los podía caer un golpe de *porra a la cabeza y a las costillas, más de dos millones de personas salieron de casa para votar. Y también dice que, poniendo todo el esfuerzo represivo y miles de agentes trasladados especialmente, el estado sólo consiguió cerrar el 10% de los colegios.
La realidad dice más cosas. Dice que ni la Caixa ni el Sabadell han cerrado ni tienen previsto cerrar ni una sola oficina en Cataluña, que no trasladan ni un solo trabajador, y que el señor Fainé y el señor Oliu continúan viviendo donde siempre y teniendo el despacho donde siempre. La realidad dice que los efectos reales de trasladar la sede social (una sede social puede ser una habitación de 8 metros cuadrados y un teléfono) son insignificantes. La realidad dice que la deuda española supera desde este verano el 100% del PIB, y que, si no reconocen el estado catalán y negocian activos y pasivos, será literalmente impagable y quebrarán. La realidad también dice que el tratado de la Unión Europea prohíbe expresamente utilizar el ejército contra los propios ciudadanos, bajo pena de expulsión de la Unión, y que por lo tanto la única fuerza que pueden utilizar contra nosotros y nuestras instituciones es la misma que sólo pudo cerrar el 10% de los colegios.
Y, sobre todo, la realidad dice que somos muchos, que hemos demostrado una capacidad organizativa y una resiliencia nunca #ver en la Europa occidental, que somos gente pacífica, que domingo aprendimos a pasar miedo juntos y que martes aprendimos que podemos parar el país cada vez que nos lo proponemos, que el caso de Cataluña ya está definitivamente sobre la mesa de todas las cancillerías, que #los medios internacionales le están diciendo unánimemente al gobierno español que siente a negociar, y que tenemos un Gobierno inteligente, comprometido, responsable y audaz a la vez, que ha hecho un trabajo extraordinario hasta ahora y que merece nuestra confianza. No es momento de bajar la cabeza. Es momento de ayudarnos, de estimarnos y, sobre todo, de confiar en nosotros mismos.
(Artículo de Eduard Voltas publicado al diario ‘El món’ 07/10/2017)