El reto que tiene que afrontar cada mes María Sánchez, de 73 años, es subsistir con una ayuda no contributiva de la Generalitat. Separada desde hace 20 años, María se ha pasado buena parte de su vida cosiendo, aunque no consiguió cotizar lo suficiente para obtener una pensión de jubilación. Con una prestación que ronda los 400 euros ve como cada vez le cuesta más llegar a final de mes. Impotente, se da cuenta de como su poder adquisitivo se ha ido reduciendo en los últimos tiempos. Pero como cualquier ciudadano, María tiene que hacer frente al pago de la contribución de su inmueble – un humilde piso en Santa Coloma de Gramenet-, la tasa de basuras, el recibo de la comunidad, el seguro de decesos, las facturas de agua, luz y gas. Poco le queda para comer.
Muy a su pesar, finalmente María ha tenido que recurrir a Cáritas. Una situación con la que se encuentran cada vez más personas que nunca se hubieran imaginado hace un tiempo tener que hacer cola en la parroquia de su barrio para llenar el carro de la compra. De hecho, este tipo de instituciones y entidades nunca habían tenido que racionar tanto las provisiones como en este momento.
Esta andaluza vino a Barcelona con 18 años, tuvo tres hijos – aunque uno murió en un accidente de tráfico- y cuatro nietos – otro en camino-. «Pero ellos están muy atrapados”, explica. Su hija vive en Alicante, cuyo marido está en paro y tiene dos hijos que mantener y una hipoteca. Y su otro hijo también tiene que tapar sus propios agujeros económicos. «Cuando me preguntan cómo estoy, siempre les digo que estoy bien porque no quiero agobiarlos», comenta.
Una dentadura, todo un lujo En casa de María reina la absoluta austeridad. Intenta ahorrar al máximo en suministros hasta el punto que dio de baja el teléfono fijo e, incluso, se plantea volver a la bombona de butano y suprimir el gas ciudad. Con sus más que modestos ingresos mensuales pocos lujos puede darse. «A la peluquería no voy nunca, si necesito un tinte, me lo pongo yo», asegura.
Su vecina, Victoria García, que conoce desde hace 30 años, es testimonio de las estrecheces económicas por las que atraviesa María. Y es que la ayuda que recibe no le da ni siquiera para hacerse una dentadura. “Me gustaría verla más feliz, con dientes, para que pudiera comer bien y masticar», dice Victoria. Por su parte, María asegura que se conformaría “con muy poco», como poder comer “salmonetes y gambas”, que le encantan y que asegura que hace años que no prueba.
María es tan solo uno de los muchos casos de gente mayor con pensiones no contributivas que ven como cada vez les cuesta más llegar a final de mes. La subida del precio de suministros básicos y el IVA en prácticamente todos los productos han estrechado aún más el cinturón de este colectivo. Paralelamente, el número de beneficiarios de este tipo de prestaciones ha decrecido en estos últimos años. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en el 2008 la seguridad social pagó pensiones no contributivas a 464.724 personas, una cifra que entre enero y septiembre de este año bajó a 446.802 beneficiaros.
El rol de la solidaridad y los servicios sociales Entidades, ONG’s y muchos municipios intentan amortiguar los efectos negativos de este empobrecimiento progresivo de las clases sociales menos favorecidas. “Hemos notado un leve aumento de la demanda por parte de gente mayor para cubrir necesidades básicas, como puede ser el pago de recibos o de comunidades de vecinos”, explica a La Vanguardia.com el teniente de alcalde de Bienestar social y Familia del Ayuntamiento de Santa Coloma de Gramenet, Raúl Moreno.
Y es que los consistorios son el primer estadio de la administración al que el ciudadano se suele dirigir cuando tiene problemas económicos. “Estamos pagando ayudas que no nos corresponden y hacemos políticas que no nos corresponden, pero como vivimos de cerca los problemas de la gente no nos queda más remedio que ser ágiles”, comenta Moreno, que también recuerda que cada vez los ayuntamientos “reciben menos recursos” del Estado y de la Generalitat.
Algunos consistorios también ayudan a las personas mayores, a través de un trabajador social, gestionan el cambio de tarifas de suministros básicos, a lo que se suma el fraccionamiento en el pago de tributos municipales. “Las compañías de luz, agua y teléfono tienen reducciones en facturas en personas jubiladas o en situación de dependencia”, explica Moreno. Pero a veces el desconocimiento y la falta de información llevan a este colectivo a pagar más por los servicios básicos que otros ciudadanos.
Tanto entidades sociales como ayuntamientos insisten en que la mayoría de la gente de más de 65 años cuenta con algún tipo de prestación. “Las personas mayores tienen asegurados unos ingresos con sus pensiones, aunque algunas sean muy bajas, lo que contrasta con la situación de personas jóvenes o de mediana edad que están en paro y que no tienen ningún tipo de ingreso”, comentan fuentes de Cáritas. [lavanguardia.com]